juegos de color

Los pavos reales paseaban azules el centro de mi ciudad, donde los niños jugábamos el día en el campo educado de jardines. Cuando la tarde arreciaba, volvían a los árboles pardos y cerraban el parque con sus voces terribles, saludando nuestro regreso a casa. En el estanque circular de las palomas una regata emplumada de hojas de magnolia llegaba al borde solitario de su meta.

    Las nuevas familias centraban su modernidad de pocos hijos dejando una pieza singular de la casa para los íntimos juegos infantiles. Indios y vaqueros, trenes y mecanos, caballitos y motos, bicis y soldados crecían con el niño de su lado. Muñecas y casitas, disfraces y cocinas, combas y patines, mariquitas y cuentos daban aire a la niña en su momento. En la querida habitación de los juguetes los mejores amigos compartíamos el blanco egoísmo de los tiempos atentos.

    Las tardes sin escuela llenaban los prados verdes de la nueva iglesia. Sobre la hierba libertaria una portería de lanas y algodones colaba mil y uno pelotazos, despedidos de la maraña de piernas y playeros que trazaba el balón de reglamento enloquecido. Los calveros habituales se abrían de guás pulidos y perfectos; allí los últimos banzones reventaban contra las canicas aceradas y el ganador quería su botín de duros y brillantes mejicanos. En la rampa de la plaza no nacida crecían dorados de la arcilla caminos imposibles, para que los ciclistas, los camiones y las chapas llegaran de su viaje serio y niño.

    La acera cercana era el imperio de las niñas. Sus corros estaban llenos de palabras que sabían quién hallaría las llaves en el fondo de la mar, cómo sería el rostro del amigo y cuál tendría el pañuelo rojo dos portales más lejos. A su paso saltamos los nueve mundos dibujados con tiza para llegar al cielo. Con ellas descubrimos que había padres que no estaban, cromos sin esquinas, males con secreto. Y entonces nosotros aprendimos que aquella tarde vendría a cerrar para siempre la habitación de nuestros juegos.

Juegos de color. Fragmento de este relato del libro Carbayón en rojo © Luis E. García-Riestra

© Fotografía de Arturo Joaquín


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