mundos obreros

Mundos obreros
La calle oscura enfriaba la noche. El joven de la trenca azul y el bolsón vaquero se envaraba en la parada del bus desde hacía minutos. Las grúas descomunales del astillero cercano murmuraban a su espalda un olor pardo y serio, de lodos en salmuera. Los obreros del último turno de ensidesa iban llegando de las bocacalles estrechas que desaguaban la calle larga. Formando una cola desdibujada de brasas entre pellizas negras, hablaban corto sobre cualquier cosa, sabedores de la rutina futura, ignorando al guaje forastero.

Antes de ahora, el joven militante se había adentrado en la villa, lejos de las orillas de sol y playa de la infancia cercana. En el cuarto camino recorrido había recibido la prensa vietnamita. Un hombre desconocido, hablando pálido la consigna convenida, le había asegurado la pauta de los hechos. Ahora, tiene en el secreto añil colgado a su hombro el mundo visto por su clandestino partido, el mundo obrero rojo quince veces predicado. Es su primera acción.

Una ráfaga de silencio que se abre en la gente le anima. Echa mano a la talega y saca los panfletos ilegales. Prensa obrera, prensa obrera, dice mientras camina la calzada y tiende la propaganda a los viajeros, que la cogen sin comentarios y con gesto familiar. Termina la cola apretada y se va sin decir; calle abajo, ni rápido ni despacio.

Escuchando que no viendo. Quince, sus pisadas suenan menos que los golpes del corazón en sus sienes. Quince, nadie le inquiere, nadie le habla. Quince, los latidos se apagan cuando le ilumina la luz porticada de las calles reconocidas. Quince periódicos pasados y los obreros son todos rojos. Su primera acción.

Mundos obreros, fragmento de este relato del libro Carbayón en rojo
© Luis E. García-Riestra
© Fotografía de Arturo Joaquín

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