solo

Las sandalias recogían apenas el pespunte de grietas de los pies agotados. El hombre solo permanecía sentado en aquel banco. La calle ocupaba ostentosa el sitio de siempre, donde el lugar de la juventud había desaparecido de su lado.  Su mirada miraba silenciosa. Los zarcillos de pelo conservaban el negro de sus años de esplendor esculpido en la barbería colonial cada mañana. Su traje oscuro había conocido muchas noches. La espalda erguida aún hacía honor al cuerpo esbelto. La derrota asomaba al fin su secreto en aquella orla de llagas que rotulaban la piel de sus pies delgados.

Un año hace que los pasos le niegan el camino. Un año hace que el retorno es una culpa. Que no escucha el aroma de su vida. Que no suena el deseo de tenerla. Aquella renta ultramarina fue agotada buscando medicinas de la muerte. Y el silencio tampoco es una espera. Allí quedan las copas del saludo, las tardes de lucirlo, las noches de bailables. Cuando el regreso quería los días todos y la ciudad era un quiebro acompañado.

Susurran lejanas las campas infantiles de aros, banzones y tardes con merienda. Una sombra vertical de plástico y cristales heredó la sencilla hilera de tiendas y almacenes que contaba un amigo en cada puerta. El camino de saludos repetidos se disfraza ahora de tiempos y lugares que no existen. La vida recordada se escapó de su centro y crece de fuerza, colores y sabores las nuevas cercanías. Esta calle bancada ya no tiene vecinos; solo transeúntes que miramos inmutables al hombre extrañado que en los adoquines alienta su último reflejo.

Solo, fragmento de este capítulo del libro Carbayón en rojo
 © Luis E. García-Riestra
© Fotografía de Arturo Joaquín

Comentarios

Entradas populares