rito
En el funeral éramos tantos los agnósticos
como los piadosos allí presentes. El hijo del afamado artesano había muerto
antes de tiempo y la ciudad reunía solemne a los amigos que lloraban al joven
fallecido, y a los colegas, camaradas y vecinos de aquel comunista al estilo de
Oviedo que lo seguía siendo iniciado el nuevo siglo, más liberal que
doctrinario, más socialcristiano que marxista. El conocido padre del difunto
había tenido sus problemas con la autocracia establecida por ser un comunista;
todo lo cual no le impedía formar parte de los personajes locales de prestigio
que habían sumado fuerzas para que la ciudad modernizara sus modales, antes y
después del cambio a un régimen de libertades cívicas. Los burgueses biempensantes
encargaban sin problema sus pedidos al honrado establecimiento del popular
vecino. Las asociaciones ciudadanas lo tenían a gala entre sus directivos, y
hasta los periódicos locales publicitaban de cuando en cuando sus afanes. Si el
dolor no doliera hasta cegarte, al viejo militante la reunida iglesia le hubiera parecido el
honesto reflejo de la reconciliación que un día había predicado su partido.
En la liturgia de
la palabra la misa da paso a la homilía: la vida rápida a su libérrima manera
dio al joven sus bienes, sus pesares y su muerte, no somos quién sus hermanos para
juzgarlo sino el ser supremo en la eternidad que ahora comienza. El cura sabía
a quiénes y cómo hablaba, toda una vida preguntándose qué era ser creyente: Dios
no es algo físico ni un ente matemático, parece muy difícil establecer al modo
cartesiano cómo lo espiritual actúa con la materia. Mas a él vivir en la
existencia de Dios le confortaba. Aquel cura en la que fuera mi parroquia se
hizo padre de todos por momentos impartiendo la esperanza; yo quería ser uno de
ellos.
Tras el culto de la eucaristía en la basílica colmada,
el extremo silencio por el duelo se rompe con una voz angelical que llega y nos
envuelve desde el fondo, es el aria de Händel que nos canta su hermana la
soprano. Deja que llore mi cruel suerte y que suspire por la libertad, que el
dolor quiebre estas cadenas de mis martirios solo por piedad. Y el sacerdote
bendijo a todos los presentes.
Rito |
Negro y exótico a la vista estrenada. Cuando
no rezaba siempre tenía prisa, rodeado de mujeres asustadas. En las misas
ocupaba las luces y las sombras y su lento voceo reñía sin enfado. Los niños
vimos su sotana gastada; los jóvenes nombramos su traje vaticano; los hombres
oímos su distante palabra. En la iglesia siempre hacía frío; a ella solo nos
llevaba el calendario, so rituales de la noria de bodas y funerales.
Y llega el mortal
día. El dolor retuerce los sentidos. La soledad brutal se pone al frente. La
vida demanda su partida que nadie quiere ya jugarla. Entonces se alza una
muralla, el cura que nadie reclamaba. Su rezo susurra los abrazos; su aliento
recita los secretos; el sosiego encuentra su mirada…Y era un hombre el que
hablaba.
Rito ( Relato del libro Carbayón en rojo)
© Fotografía de Arturo Joaquín
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