gimnástica

El sopor sudaba la rasurada cabeza en cada poro tras muchos meses aprendiendo. El esfuerzo aeróbico rendía calorías en los músculos pautados por la física rutina. El oído atento al cuerpo acompasado de la serie y la mente sintiendo lo inmediato en la mirada sorda de matices. El aire esculpe las nasales dejando la evidencia de su alma veintidós veces por minuto. Al final marcado en la tablilla sales de su mundo sin palabra y preparas silenciado la próxima pirueta. La sala de entrenamientos te elegirá luchando.
    En el espacio macho de ejercicios los hombres alfa se mueven con pasos moldeados y certeros. Felices con sus camaradas en la reglada tregua, adornan sus ensayos, riendo fortaleza y acaparando banca. Asoma su educada agresividad en las marcas proclamadas; excitada su presencia cuando una joven sonora invade la primaria lona de sus bellas artes.
    El ágora deportiva ve pasar impaciente a los menos capaces. Los duros ejercicios no dejan piedad al inseguro y agotan en semanas los sueños de mejora de los omega solitarios. Tropiezan los jóvenes llegados el muro laberinto de máquinas hostiles y apresuran tensos las armadas secuencias ordenadas. En la hora plena una multitud de sendas personales enreda el coro del esfuerzo dibujando el quebrado camino de la meta. Atentos, si apuramos la fuerza interna del mecano juego donde la salud dobla el intento en cada lance.
    Al fondo de la rueda los atletas reconocen todas las palancas corporales y contestan las poleas y tractores que las siguen. Supieron los viajeros hablar con el paisaje construido a su medida, fuerza y voluntades. Sonrieron confortados la batida. Entonces, iniciada la infinita disciplina, sonará leve y lejano el eco de aquellos ganadores.

Gimnástica (Fragmento de este relato del libro Carbayón en rojo) © Luis E. García-Riestra
© Fotografía de Arturo Joaquín

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