viejos


Llegó el tiempo cuando la vida sigue acelerando los eneros, apretando los años en cada recuerdo. Entonces, le gustaban más las personas que los hechos, las miradas que las vistas, los anhelos si los logros. El futuro tiene su infinito. El pasado alcanza donde afloran los muertos.

Iniciaba otra partida cuando el curso era nuevo. Ordenaba las voces, reponía silencios, prometía sencillo, esperaba lo puesto. A fuer de ensoñarlas, sabía que eran pocas las verdades proclamadas. Al fin universales, los hombres aprendían con igual engaño. Y era siempre niño quien desbordaba todas las llegadas. 

Nació ese día entonces. Cuando camina, sorprende lo dejado. Cuando habla, atiende lo acabado. Encuentra ahora su mirada y juntas, la suya y la del viejo, pesan los silencios y escuchan las pausas. Las jornadas se suman sin noticias en las horas siempre inacabadas. El país no espera su palabra.  

Vieja nación habitada de viejos. La que, a veces, rompía la memoria y confundía los tiempos. Llevaba tres siglos discutiendo. Y sostuvo treinta y más años libertad de costumbres y democracia en parlamento. Reprochado de rey, un rey sin monasterio perseguía las edades sin retorno; y abriéndose al mundo, el rey tornó igual viejo.


Viejos Fragmento de este capítulo del libro Carbayón en rojo © Luis E. García-Riestra
Fotografía de Arturo Joaquín

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