sesión continua

El tiempo hacía un alto los días de cine, donde la pantalla valiente no sabía mentirnos. A la sombra de sus luces todos éramos felices en las dos horas de miradas. Y mirando juntos, vivíamos el cine de uno en uno. Aquellas proyecciones nocturnas por semana reunían al peculiar grupo de cinéfilos habituales del Ayala y el Aramo, algún estudiante universitario que hacia un hueco en sus apuntes, unas independientes cuarentonas sonrientes y seguras, la pareja de hosteleros que hacían pausa y se ausentaban ese rato antes de hacer caja, dos arquitectos de la noche, y un grupo de periodistas del seminal núcleo de la prensa de Oviedo, que hacían un descanso previo a volver a la redacción para cerrar la jornada. No nos hablábamos seguido pero nos conocíamos todos, al fin veríamos juntos la programación mensual de estas dos salas.

    A mí me gustaba más ver cine en el Aramo, un espacio de sonido perfecto y proyección nítida en aquella sala de elegante aire cosmopolita. Pero el que tenía un ambiente que celebraba el arte del cine era el Ayala, con sus vidrieras iluminadas en el vestíbulo que homenajeaban a los mitos, el decorado modernista que envolvía la experiencia, y el bar con cafetera tan coqueto y bien atendido que visitábamos al descanso; para al final estar en la platea con señoriales apliques que caía en suave plano inclinado, en la que podías sin perder la vista acomodarte placentero en sus llamativas butacas forradas de animal camuflaje.

 

    El telón se dibuja de luces cuando la platea se encoge de murmullos. Cine Santacruz, sesión matinal, Drácula domina los alientos. Después de diez minutos haciendo de valientes, los niños espiamos las escenas por el ojal de la trenca, bajo el paño protector de la peli de miedo. El vampiro muerde nuestro cuello y los gritos de terror pregonan la chiquillada. Al encenderse los pilotos del descanso las butacas crecen de cabezas y todos disimulamos riéndonos del botones que pasea en bandeja caramelos.
    En la pantalla de las cinco brillan los torsos de los presos que se ordenan en galeras. Y conocemos la muerte de los otros, cuando el legado inclina su pulgar en el circo adulto de las vidas sangradas. La civilización se abre a espada entre los bosques y el patio se llena de soldados. Tiempo después aprenderemos que todos queremos ser romanos.
    El cine era el primer plano de la mirada fija y eterna que anunciaba el rápido disparo. Cuando nosotros llegamos, la película ya había comenzado. La muerte costaba un precio que no sabíamos pagar porque los pistoleros tenían alma. Unión Pacific no perdona si le robas el correo ferroviario y agotará el destino de los héroes en el matadero boliviano. El oeste se ocultaba de patriotas.
    A las diez cuarenta y cinco la aventura de los dos imaginada entre los puentes de madera nos hace felices. La vida es la sesión continua que elegimos, donde sabremos llorar con los mafiosos. En la estela de los astros aprendimos a reírnos y a su mirada atrevimos a mirarnos.


Sesión continua (Relato del libro Carbayón en rojo)
© Luis E. García-Riestra
© Fotografía de Arturo Joaquín

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