café de intensos

Café de intensos
Desollado el corazón del día, el café nos esperaba hermano del intento. Abatido lo primario, quedaba el encuentro en la mesa templada, frontera de quimeras construibles, mano de palabras sostenida, misión imposible estando solos. La física afilada de la vida reconocía su pausa cada tarde en el café encontrado de amigos, donde los verbos se adornan de argumentos, los secretos no tienen oscuros y los anhelos encuentran compañeros.

Sonaba la séptima campana que recién sabías contar en el reloj de la torre cercana, cuando el café era el lugar difuso donde estaba tu padre si preguntabas por él agotada la tarde. La octava campanada sucedía en la Escandalera cuando el café era paso alto y bullicioso, adonde los abrazos y las soledades de tu juventud de caras amigas. Marcaba la novena hora el luminoso de la plaza forrada de brillo, cuando el café se hacía malecón de confusiones y ecos del amor buscado entre las manos de tu chica. En la décima campana que escribía el carillón de música habanera, la ciudad se hacía con islas de palabras ilegales en los cafés precisos, mientras la libertad crecía entre los mármoles. En la penúltima onda se oían los cuartos y entonces apuraste los miedos de la vida, con tu camarada cuando estaba y con la copa del barman si quería.

Hizo penumbra el café de intensos en la última hora. Las sillas asiladas a las mesas, las mesas asomadas a las barras, las barras dibujando las ventanas, los suelos descubiertos de sí mismos. En sus anaqueles queda el foro de las alegrías requeridas y en sus paredes el anuncio de los olores construidos en el habla confiada.

Café de intensos, fragmento de este capítulo del libro Carbayón en rojo
© Luis E. García-Riestra
© Fotografía de Arturo Joaquín

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