El hombre pálido

Hemos tenido la suerte de vivir a su tiempo, de aprender a su paso, y mirar con él adonde él miraba. Fue en el oeste contado en italiano, aquellas felices tardes a oscuras en la sala de cine, cuando conocimos al hombre frío que ajustaba cuentas a disparos; la primera vez que supiste al detalle de su cara y su mirada que allí estaba el tipo que valía la pena. El genio de Leone te pegaba con Clint a la pantalla sesentera en la trilogía del dólar, donde podíamos sentir y ver los cortes diversos del drama con un solo fin, ganar. El actor fue haciendo al personaje en aquel cine de hombres de los años setenta, donde el antihéroe duro Harry Callahan impartía toda una década de justicia policial sin mediación ni arbitrajes; yo no sabía que estaba ya creciendo el hacedor de su propio relato, el escultor de arquetipos filmados, la estirpe de los eternos directores del cine que amamos.

    El hombre pálido seguía trazando el paso recto cuando la pantalla era nuestro tiempo de anhelos cambiados. De pronto estamos viendo con el ojo ahora dirigido por Eastwood, para alcanzar el lado del jinete vengador solitario de derrotas sudistas, o al estoico justiciero de caciques mineros que arruinan el paisaje; sin dejar de apuntar grueso a la barbarie en el culo de la sociedad que ven los policías. Era el camino que encima en su magistral Sin perdón: el último gran wéstern se ha filmado, comenzaban los noventa.

    Había aprendido a mirar a los hombres sin ensueño. Avanzada esta aventura destiló todos los planos y grabó de luces sus historias blancas; Clint Eastwood ya escribía el cine para que los demás hiciéramos lo esperado. Nuestro hombre americano adelanta y acompaña el nuevo siglo alumbrando sus obras maestras, las que marcan la fibra de nuestra época cruel, abierta, insegura y violenta; las películas que requieren a cada uno dar su respuesta sin esperar a los redentores, la acción humana que defiende nuestra libertad. Aparece filmada la vida en contrapicado y acercando la mirada por detrás del que vive. Los puentes de Madison, Deuda de sangre, Mystic river, Million dollar baby, Gran Torino y Mula se hicieron para enseñarnos la vida en primera persona.



La muerte llega a trote sentado, cabalgando a Wyoming con su amigo frío. Mejor armas tu postura si quieres seguir el juego miserable. Y, cuando siembres sangre ajena con tus botas, olvida que la tuya será el paso sucio de los otros; ganadores quebrantando la suerte con su fuerza. El asesino te quitará todo lo que tienes y también todo lo que pudieras haber sido.

Los cuatro días duraron siempre. El viejo reportero volvía su vista a las esencias buscando la belleza de los pasos refugiados y encontró su amor en el té refresco de una mesa camilla. La mujer madre había sentido la vida callada hasta que su amigo esperado de silencio dibujó los horizontes desistidos; el honor enamorado suspendió en los puentes de Madison su secreto destino.

La mirada de Sean, el ex convicto, cuando su amigo el inspector le dice que han cogido al muchacho asesino de su hija, está hecha de vacío y fatalismo. Hacía apenas un día que había matado al atormentado Dave, creyéndolo culpable de matar a la chica. Los tres habían sido tres niños de Boston, tres amigos que trazaron caminos divergentes, con el hoy emponzoñado de pasado; el secuestro y violación sufridos por Dave, un día que los tres jugaban en la calle, será la herida abierta que vemos doler muda entre sus vidas. Sin dejar de ser amigos, la culpa, la sospecha y los rencores acompañarán sus encuentros adultos, en un carrusel impasible de miradas que nos angustian, emplazan y golpean en su paso de la vida hacia la muerte. 

Ha peleado todas las batallas. Ha llorado todas las banderas. Ha detenido todos los golpes. En el porche orillado de palabras el soldado veterano ve pasar todas las patrias. La mano tendida de los camaradas, la fuerza radical de los pioneros, la vida sin cuarteles de los justos, la herida inteligencia de las mujeres; todas las miradas fundieron en el rostro del hombre pálido que nos enseña eterno a ver la arquitectura de los sueños.


El hombre pálido, Relato del libro Carbayón en rojo
© Luis E. García-Riestra
© Fotografía de Arturo Joaquín

Comentarios

Entradas populares