Constituciones


Éramos la juventud de los primeros años setenta; la parte más politizada y la minoría habíamos pasado a militar en los partidos clandestinos de la izquierda. Actuábamos en primera persona en aquellas asambleas estudiantiles de facultad o de distrito donde miles de universitarios aprendían a participar en las claves democráticas y a elegir a los representantes que llevarían las propuestas reivindicativas de cambio a las cada vez más inquietas autoridades académicas. Luego promoveríamos las huelgas y las manifestaciones de protesta, cada vez más orientadas contra el régimen autoritario vigente. Finalmente los partidos ilegales salieron a la luz y, muerto el dictador, sus dirigentes negociaron juntos con el gobierno la transición política en el ambiente de aquellas movilizaciones ya ciudadanas que, al grito de libertad, amnistía y estatuto de autonomía, empujaban hacia la democracia que se conformaría en España a finales de la década.
    La condición comunista y socialista de la mayoría de los líderes  estudiantiles y sindicales que actuaban en esa década se aparcaba con mayor o menor fe en favor de las reivindicaciones democráticas formales, y en las tablas reivindicativas aprobadas en las asambleas eran las mejoras sociales y laborales lo solicitado siempre, y las libertades, las elecciones libres y la democracia política lo defendido cuando se podía. Las elecciones generales darían lugar al celebrarse a la confrontación del universo de la extrema izquierda con la voluntad popular, lo que derivó muy pronto en la fusión, cambio o desaparición de las opciones que hasta entonces algunos habíamos defendido.
    La militancia activa en la izquierda clandestina te llevaba tarde o temprano a comisaría, detenido por los agentes de la brigada político social que actuaban en los ambientes contestatarios. En la universidad, estos miembros de la BPS estaban matriculados como estudiantes y seguían al detalle a los activistas que impulsaban en los setenta el movimiento de estudiantes y profesores en pro de la democracia política. Así fue; los de aquel pequeño grupo de amigos izquierdistas caímos tras tres años de activismo permanente, en una acción de propaganda impresa contra el estado de excepción en lo que empezamos a llamar País Vasco y en favor de las libertades civiles. Nos encontramos procesados en causa abierta por el juzgado de orden público y abocados a la cárcel por varios años: la fuga al exilio y acogerse al estatuto internacional de refugiado fue nuestra opción personal; lo cual nos llevó a vivir los últimos coletazos del régimen autoritario desde un piso de la Avenue de Stalingrad, en Bruselas, protegidos por el gobierno belga. La ley de amnistía del gobierno de Suárez nos permitiría volver a nuestro país con los juicios sobreseídos y el reingreso en la universidad de la que habíamos sido expulsados al estar procesados por aquel tribunal de delitos políticos. Los nuevos tiempos de militancia en nuestro retorno legal al foro público nos enfrentaron sin ambages al dilema de la sociedad que queríamos vivir con los demás.
    Era una constitución democrática y nosotros la apoyamos: comunistas, socialistas, republicanos, liberales, conservadores y democristianos; todos aparecieron públicamente en mítines por aquella constitución. La constitución iba a ser la ley fundamental de nuestro estado, concretando los derechos y libertades de los ciudadanos y delimitando los poderes e instituciones. La Constitución Española de 1978 materializaba  la democracia recuperada.


    Parecía un grupo de muchachos ingenuos y optimistas. Habíamos preparado la consola con las telas el sábado anterior. Un tablero serviría para vender nuestro lema con su voto: la Constitución es el corazón de la democracia. Era la primera sin peligro policial, la última acción de aquella nuestra célula.
    La posición en la escalinata principal de entrada al parque anuncia Mesa de información de la Constitución; nada menos. Con nuestra pasional bandera decorada en estrella donamos al atento paseante una octavilla para el sí. La joven guardia roja reparte corazones. Habíamos aceptado el pacto para no matarnos de ideas, sobrevivir sin pecado de barbarie, reconocer los derechos del enemigo. El ejercicio de los pasos cardinales de la democracia es la nueva frontera, meta de los unos y punto de salida de los otros. Entonces no sabemos, jóvenes a la intemperie del futuro, que era todo y más de lo que nunca llegaríamos a tener.
    Antes del aquí y ahora, miedos, risas y ensoñaciones jalonaron los días clandestinos. Nosotros lo habíamos comenzado mucho antes, apenas tomada la palabra en las aulas y las calles. Buscando luces y sentidos, encontramos negados otros modos, quisimos ver mejores mundos, miramos solo lo contrario. En islas de imagen y palabras leímos otra historia. Con la seguridad inquebrantable de lo joven despreciamos el orden que en nosotros acababa de arruinarse. El tiempo de plomo y escasez había perdido  en las voces que contaban la partida; las nuevas vidas querían otro juego.

Constituciones (Relato del libro Carbayón en rojo)
© Luis E. García-Riestra
© Fotografía de Arturo Joaquín

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