Se cambian cromos



Caminaba sin sorpresa. Nada vendría que sus dos grandes pies no conocieran; sabiendo, ya olvidada, que terminaban su jornada sin tarea. Atardecía. Los pájaros habían sustituido a los niños en la algarabía de la trasera calle del colegio; su eco amigo reflejaba esas viejas heridas de la infancia.
    El hombre paseaba desatento las seguidas cristaleras.  Y tropezó su vista aquel papel rasgado, apenas sostenido, en el abandonado escaparate de otro quiosco arruinado por la vida. Se cambian cromos.
    

    Se había aprendido todas las escenas, pensando mil veces las leyendas de los cuadros aún en blanco. Sabía todos los cromos que tenía. En unos, Charlton Heston brillaba con su toga y su semblante portando cinco más cinco mandamientos; en otros, el malo era Yul Brynner. En todos la historia era completa.
    Para ello había ahorrado esas semanas, para comprar los cromos de colores esmaltados. Al salir aquel domingo del cine matinal, ponían una de romanos, iba a pedir seis sobres en la Chucha. Esperaba que le salieran los tres que le faltaban, que ya sabía como eran. Pero los cromos fueron sile, sile...En la plaza ya no se cambiaban: ahora tocaban futbolistas. Y el álbum de aquella infancia nunca fue acabado.

Se cambian cromos, fragmento de este relato del libro Carbayón en rojo
 © Luis E. García-Riestra
© Fotografía de Arturo Joaquín

Comentarios

Entradas populares