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Pitinos Nos gustaba volver por esa calle. Regresar pegando la nariz a sus cristales. La tienda llamada de Tineo rezumaba un resplandor de olores pereciendo, en aquella ciudad que olvidaba los lugares. Anochecía casi siempre, cuando arrimábamos nuestra insaciable mirada al murmullo amarillento que piaba. La masa de pitinos manaba vida de continuo a la caliente luz de una bombilla. El escaparate azul del exotismo cambiaba incesante las posturas y nosotros perdíamos en ellas el paso familiar de vuelta a casa. Cuando las madres habían desaparecido de la vista, corríamos riendo confiados, sabiendo que una lumbre roja de carbones calentaría también nuestro hogar y sus refugios. Los tíos cazadores vivían en un pueblo cultivado en sus fresales. Llevaba una mañana alcanzarlo y su madrugada, tras viajar todos los verdes y agotarnos de estaciones. Cuesta arriba en la casona se encontraba el cercado de los pointers; inquietos, pintados y mirones, callando la llegada conocida. En el p...

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